Sus besos eran mi adicción, mi droga, placer y dolor a la vez. Por un lado, delicioso, delirante, deseado, insaciable, incontrolable, loco, ansiable, me llenaba, me controlaba, me satisfacía y no había nada que pudiera reemplazarlo. Por otro, me destruía, me hacía pedazos, me desmoronaba, mataba mi ser del interior hacía afuera, rompía mi alma, desgarraba mi corazón. Y aún así soy adicta, y seguiré siendolo, porque no existe droga más perfecta que la tortura insufrible de su placentero amor.
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