No dejo de recordar aquellos pocos segundos en que su sonrisa era solo para mí, cuando sus ojos solo reflejaban los míos y sus manos, reclamaban mi cintura con posesividad. Está pendiendo de un hilo el recuerdo de aquel primer beso, el roce de labios, una batalla intensa que ni él ni yo ganamos. Pero más punzante está el roce de sus dedos en los míos, en la búsqueda de entrelazarlos, de encajar completamente en el otro. Quise por unos segundos que fuera él mi infinito, que durará por lo mínimo toda una vida. Pero no me di cuenta de la finitud de todo. Que su roce se desvanecia y que nuestros momentos solo duraban segundos. Y aunque siguen palpables y latentes cada momento que tuvimos, mi revelación final es acertada. Usted, joven, y yo, somos segundos de una vida, momentos finitos contados por el tiempo. Somos instantes.
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