Sumergida en la oscuridad, con los trozos de mi alma en mis manos. Con pedazos del corazón muertos y con palabras y juramentos en vano. Así me encontraste, destruida completamente, en una habitación nublada por el humo de mis cigarrillos. Con los ojos rojos, no de las drogas si no por el olvido. Con llagas en el cuerpo, sangrantes, dolientes. Abandonada a mi baja suerte y sin pensar en nada más que un amor traicionero que pinto ilusiones y me dejo sin lienzos. De esa nada me salvaste, tu, sonrisa que ilumina. De esa nada me sacaste, tú, mirandome a los ojos, curando las heridas. Fuiste tu quien sano cada llaga, fuiste tu quien compuso cada trozo, fue tu toque lo que hizo palpitar de nuevo a mi corazón en coma, me enseñaste a volar y me hiciste creer. Otra vez, susurro, fuiste tu. Quien con toda la delicadeza del mundo reparo mi alma y tomandome de las manos me pidió en silencio, con una mirada hablante que confiará. Y gracias a Dios que confio, porque ahora eres tú quien tomandome de la mano, me ayuda a pintar cada hora, cada día.
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