Cada cosa tiene un momento, un lugar, una forma especial, peculiar de suceder. Las estrellas conspiran, se susurran secretos al oído, hacen planes en voz baja, emparejan personas disparejas para que la Luna, apesadumbrada, se encargue de encontrarles a la persona correcta.
Usualmente nos negamos a los planes coincidenciales del destino, conocemos a la persona que amaremos desde pequeños, o quizá no, quizá estuvimos a punto de toparnos, y tomamos la dirección errónea.
Sabemos que encontrar a la persona perfecta no es posible, pero mantenemos una idealidad, un secreto propio y oscuro de lo que amamos, y anhelamos encontrar.
Quisiera culpar a las estrellas de todos mis errores pasados antes de llegar a ti, y agradecer a la Luna, mi amada musa, porque llegaste tú, luz incandescente en mi abrumadora oscuridad.
También debo agradecer a Dios, a ese ser de luz maravilloso y omnipotente que lucha por mi felicidad, razón por la cuál te encuentras en mi camino.
Eres ese secreto, guardado cual tesoro gigante, de lo que un día, entre la inconsciencia, emborrachada en versos, soñé. Eres esa estrella incesante, mi deseo sublime. Eres, y nunca dejaras de ser.
Aquí estoy, manos abiertas, corazón latiente y sensibilidad de escritora, dispuesta a mostrarte mi mundo, mi paraíso.
Te dejo entrar con una condición, claro, porque en cada trato, siempre hay riesgos.
Sí un día decides que mi mundo te ha quedado pequeño y mis versos ya no dulcifican tu vida, cariño mío, dímelo y vete. No te detendré lo juro, aunque mi mundo te anhele, no obstruire tu felicidad, y que me parta un rayo si algún día impido la aparición de aquella sonrisa perfecta que hace mis piernas temblar.
¿Aceptas?
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